La inmensa brecha entre el dólar oficial ofrecido por el Banco Central en el mercado de cambios y los dólares blue, contado con liqui y MEP anticipan la posibilidad de una devaluación en ciernes. La diferencia ronda el 110%, señal de alarma de lo que está sucediendo: los que tienen muchos pesos están dispuestos a desprenderse de ellos a cualquier precio en el estado actual de las cosas porque esperan que muy pronto una fuerte devaluación compense la diferencia.
El panorama ahora es el siguiente. El dólar oficial subió hasta los 77,14 pesos. El dólar “contado con liqui” se ubicó en 154,95: se compran acciones o bonos de empresas que coticen en bolsa en Argentina y el exterior a la vez, se las vende en el exterior por dólares y se las deposita en la cuenta que el especulador tenga fronteras afuera. El “MEP”, 143,42 pesos: compran bonos que cotizan tanto en pesos como en dólares, compran con pesos, venden en dólares y éstos se acreditan en una cuenta argentina. El “dólar blue”, compra de dólar en el mercado negro, cotizó 167 pesos. Por supuesto que nadie que no sea parte de la bolsa de valores y tenga su propio agente de bolsa puede hacer ninguna de estas maniobras.
El gobierno y el Central intentan dar señales de «confianza» para evitar la creciente presión a la fuga hacia el billete verde. Intentó con ellas que los grandes capitalistas ganen lo que esperan ganar de manera «oficial», sin necesidad de la presión devaluatoria. Sin embargo, su efectividad no pasó de ser mediática y todas las especulaciones apuntan a que se ganará más si se espera un poco. Los números son elocuentes. Si el dólar paralelo cotiza más de un 100% más que el oficial, se sabe que la presión es hacia un acercamiento al paralelo. Así, el anuncio de una baja de las retenciones implica para un sojero ganar un 3% más por cada dólar si liquida cosechas ahora, puede esperar ganar mucho más luego de una devaluación de un 10, 20, 30% (los números son inciertos).
Se terminaron las expectativas de la renegociación de la deuda con los acreedores privados, ahora el problema económico y la presión sobre el peso vuelve al ruedo luego de ese «triunfo». La realidad es que el propio resultado de las negociaciones (y lo que se espera del acuerdo con el FMI) alientan las expectativas a la devaluación: uno de los principales chorros de falta de dólares son los pagos de deuda externa pública y privada con sus correspondientes intereses. Así, sólo en 2020, Argentina perdió 12.332 millones de dólares entre los pagos de deuda (9065 millones) y lo no liquidado en exportaciones (3.267 millones) según el economista Claudio Lozano (ver Llegó el «¿maxi cepo?» y una fantasía: no hay dólares culpa de los pequeños ahorristas).
La propia política de seguir pagando religiosamente la deuda externa forja un nuevo eslabón en la cadena de la presión devaluatoria, el déficit fiscal (cuya fuente mayor son los propios pagos de deuda) y la presión por seguir endeudándose para poder pagar. Las reservas del Banco Central se siguen achicando, se calcula que en lo que va de la cuarentena se redujeron en unos 3800 millones de dólares. Así, aún con un saldo comercial positivo, por pagos de deuda y giros de dividendos de las empresas extranjeras se van de todas formas más dólares que los que entran; eso presiona para volver a endeudarse, lo que conlleva a un crecimiento de la propia fuga y a la continuidad del ciclo infernal de endeudamiento-fuga-devaluación.
El gobierno ensaya medidas que alivien la situación que parecen sacadas de un manual macrista. Por ejemplo, la emisión de bonos del estado en pesos atados al dólar y la suba de los intereses, al estilo los mejores momentos de las LEBAC en 2018. El estado les regala sus pesos a quienes compran esos bonos, lo que presiona a un mayor déficit.
El gobierno, entonces, oscila entre varias perspectivas. Una, rendirse y dejar pasar una nueva devaluación. Dos, pide un nuevo giro al FMI, lo que implica fugar hacia adelante. Tres, ajusta brutalmente. Por el momento parecen estar jugando inciertamente con todas estas perspectivas. No es casual que hayan detenido los pagos del IFE justamente ahora, aún cuando los efectos de la pandemia se hacen sentir duramente entre las amplias masas.
Cuando se habla de la «desconfianza» de los capitalistas en este escenario se trata precisamente de eso: no creen que el gobierno sea capaz de implantar el ajuste que ellos esperan. De eso se trata la «incertidumbre» política: la capacidad de resistencia de los trabajadores. Porque si bien el empobrecimiento generalizado de millones ha sido casi «aceptado» por la situación extraordinaria de la pandemia, la crisis social brota a la superficie y la resignación tiene un punto de ebullición en el que se transforma en su contrario. Precisamente, la desconfianza en la posibilidad de hacer negocios en Argentina libremente se debe en última instancia al temor al fantasma amenazante de la resistencia de los trabajadores y sectores populares.