La pandemia y la eterna manta corta

Con la economía y la sociedad a punto de entrar en una hibernación que, pandemia mediante, no será sólo meteorológica, haremos un repaso de algunos de los problemas históricos de la estructura económica argentina y su refracción actual en los problemas actuales que plantea la pandemia.

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Como veremos, en el fondo no hay nada demasiado nuevo bajo el sol: en una economía a salto de mata, donde el largo plazo son las elecciones de medio término y la gran mirada estratégica de los “estadistas” llega hasta la próxima elección presidencial, lo que tenemos es la enésima reedición de “ahora emparchemos y después vemos”.

  1. Parece que sobran dólares, pero en realidad faltan

Es conocido –y admitido por los mismos irresponsables, macristas o kirchneristas, que desde distintos ángulos más de una vez dieron el problema por resuelto– que una de las cargas estructurales de una economía periférica y dependiente como la argentina es la penuria de divisas. La moneda fuerte con que se pagan las importaciones –y, desde hace décadas, el servicio de deuda externa– es un bien escaso, en general acaparado por los sectores exportadores (en Argentina, esencialmente agrarios). Esto genera ciclos atados a variables como los precios internacionales de los bienes exportables, la situación de la deuda pública y la capacidad recaudadora del Estado, cuyo barómetro es la cotización del dólar.

Ahora bien, luego de los desaguisados de Macri, de la renegociación de la deuda con los acreedores externos privados y de la disrupción causada por la pandemia, está en marcha una negociación del gobierno con el FMI para armar un plan de pago “sustentable” de la deuda (es decir, que no resulte un suicidio político, una declaración de guerra a la población o las dos cosas).

Mientras tanto, hay una relativa y sobre todo temporaria tranquilidad en el usualmente turbulento mercado cambiario gracias a los precios de los granos, los más altos desde 2013. La soja pasó de 308 dólares la tonelada en abril de 2020 a 483 dólares en enero y 565 dólares ahora; el maíz pasó de 125 dólares hace un año a 258 dólares, con una cosecha, sólo para ambas oleaginosas, de 95 millones de toneladas. En términos de volumen de exportación total, el complejo agroindustrial superaría los 33.000 millones de dólares, 10.000 millones más que en 2020, con lo que las retenciones que le quedarían a las arcas estatales serían cerca de 2.600 millones adicionales (Ámbito Financiero, 26-4-21).

A esto se agrega la probable asignación de unos 4.400 millones de dólares en la moneda del FMI, los DEG (derechos especiales de giro), como parte del esquema del organismo de distribución de unos 650.000 millones de dólares entre los países miembro con cuota al día. Con estos dos rubros se agotan las fuentes de ingresos de divisas. Con respecto a los DEG, hay una discusión en el seno del gobierno: mientras Guzmán busca aprovechar esa plata fresca para sacarse de encima los pagos de deuda de este año, el “ala política” –el kirchnerismo puro, vía el bloque oficialista en el Senado– quiere orientarla a financiar el gasto social que ya temen ineludible por la segunda ola de la pandemia.

Irónicamente, Cristina y acólitos tienen un aliado insospechado a la hora de discutir el destino de esa guita llovida del cielo: el propio FMI, cuyo número dos, el estadounidense Geoffrey Okamoto, advirtió que los DEG, que estarían disponibles desde agosto –demasiado tarde para pagarle al Club de París, no así al Fondo–, deben usarse estrictamente para atender necesidades emanadas del covid-19, no para pagar deudas vencidas, y que el organismo verificará que eso se cumpla. Igual, acá en Argentina sabemos que esas rígidas normas pueden volverse súbitamente flexibles, sobre todo cuando se trata de gobiernos amigos. Pero no seamos malos; tal vez después del papelón que hizo con los préstamos a Macri el Fondo escarmentó un poco y ahora quiera hacer buena letra. Al menos por un tiempo, hasta que le pase la vergüencita.

Pasemos ahora a la cuenta de las salidas de divisas. Las cuentas gordas son las del Club de París (2.400 millones de dólares que vencen a fines de mayo, con tiempo hasta junio para pagar o renegociar)) y las del propio FMI (vencimientos en septiembre y diciembre por 3.600 millones), con el que hay negociaciones a ritmo lento para no andar dando malas noticias cerca de las elecciones. La gira de Guzmán por Europa y Rusia apuntó a conseguir la buena voluntad de los principales socios del Club de París (y del Fondo) para postergar los pagos y reducir las tasas de interés de una deuda que, en el caso del Club, está en default.

Es posible que pueda conseguir algo de eso, al muy elevado precio de renunciar a conseguir un acuerdo con el Fondo a un plazo de 20 años, que era el plan inicial del gobierno. Según parece, tendrá que conformarse con “apenas” diez años, lo que reduce considerablemente los plazos de gracia y de escalonamiento de pagos que aspiraba a conseguir Alberto Fernández.

 

  1. Parece que faltan pesos, pero en realidad “sobran”

 

Como es sabido, todo el gasto público vinculado a la pandemia en 2020 se financia con deuda (20%) y emisión monetaria (80%). El objetivo del gobierno este año es doble: reducir el nivel de déficit fiscal y financiarlo con más deuda en pesos (40%) y menos emisión (60%). ¿Cómo fue que esa inmensa masa de dinero no fue a parar a la demanda de dólares, metiendo presión en el ya comprometido frente cambiario? Pues haciendo lo que en la jerga se llama “esterilizar”: el Banco Central emite letras (deuda) que los bancos le compran con los pesos emitidos por el BCRA. Esos instrumentos son las Letras de Liquidación (Leliq) y los llamados “pases”, que no son otra cosa que depósitos. A diferencia de la era macrista, esos instrumentos financieros ahora están sólo en poder de los bancos, no del público, lo que evita el riesgo de corridas contra el peso (o contra los bancos). Pero el problema de fondo es el mismo: el BCRA tiene una masa de deuda que, aunque “esterilizada” en el sentido de que no va a parar al mercado cambiario, paga jugosos intereses (que, de paso, son los que sostienen la rentabilidad del sistema financiero).

¿De cuánta plata estamos hablando? Pues de 3,5 billones (millones de millones, esto, 3,5 x 1012) de pesos. Esto es un 35% más que la base monetaria (es decir, el total de efectivo en manos del público y en depósitos a la vista en los bancos). Ahora bien, esta deuda es lo que se llama un “pasivo remunerado”, porque paga intereses (a diferencia de los simples billetes circulantes, que son un pasivo no remunerado del BCRA). Y esos intereses, según estima el propio BCRA para este año, serán de 1,2 billones de pesos, esto es, al tipo de cambio oficial, casi 13.000 millones de dólares (¡pero en pesos, diferencia muy importante!).

¿Qué se hace con eso? Si esa deuda no se cancela en algún momento, la masa de intereses se transforma en una bola de nieve. Esa bola de nieve ahora es grande, pero no tan urgente, porque por ahora el BCRA consigue “renovar” esa deuda. Es como si los bancos privados le pusieran un plazo fijo al BCRA y éste paga los intereses sin que nadie retire el depósito. Si nadie se pone nervioso –traducción: si los bancos le siguen renovando las Leliq al Central–, la rueda puede seguir un tiempo. Es verdad que el Central logró estirar un poco los vencimientos de esas letras-depósitos. Pero sigue siendo una bola de nieve.

Sucede que los números del BCRA no son de goma, porque tiene que hacer a la vez tres cosas: prestarle plata al Tesoro Nacional (¡pero no tanto como el año pasado!), pagar a los bancos intereses de las Leliq y los pases y comprar dólares en tanto sigan entrando –ver más arriba– para fortalecer las magras reservas reales de divisas. Y mientras cuida que no se le desarme ninguna de las tres estanterías, no puede perder de vista la inflación, que sigue acechando y le mete presión a las tasas de interés y al dólar. A punto tal que algunos en la City ya están viendo si no estamos ante un revival –hasta octubre como máximo, desde ya– del “carry trade” de Macri y el peor equipo de los últimos 50 años.1

Por su parte, el Tesoro –es decir, la caja fuerte que depende del Estado nacional, no del “independiente” BCRA– también tiene su propio esquema de endeudamiento vía una ensalada de letras, que ejemplificamos sólo para agregar confusión: Ledes (letras de descuento), Lecer (letras que ajustan por inflación), letras a tasa variable y algunas más. ¿Qué es esto? Pues deuda en pesos. ¿Quién toma esa deuda? Bancos y algunos fondos de inversión. ¿Cuál es el plazo de esa deuda? Meses. Pasa que el gobierno apuesta a que sus vencimientos se renueven –otra vez, como su fuera un plazo fijo, en el que los acreedores cobran los intereses sin retirar el capital– y de esa manera financiar el déficit sin pedirle demasiada asistencia al BCRA (esto es, emisión monetaria).

Por supuesto, al igual que con cualquier depósito bancario, la zanahoria para que los depositantes renueven es subir la tasa de interés, y eso es lo que está haciendo el Tesoro. Se preguntarán si eso no genera otra bola de nieve. Respuesta: por supuesto que sí. Pero con el mercado internacional de crédito cerrado para la Argentina, y con la sequía permanente de dólares que vimos arriba, no hay otra vía de financiamiento del déficit fiscal que no sea en pesos. Y esos pesos sólo vienen de endeudamiento local o de emisión de billetes del BCRA. ¿El gobierno está feliz con esto? No. ¿Y el FMI? Menos. Pero es lo que hay, y ambos lo saben.

 

  1. Parece que la inflación se descontrola, nomás

 

En lo que va de 2021 llevamos el 13% de inflación, con índices en alza y el agravante de que la suba de precios de los renglones de exportación (granos, carne) va a repercutir, como siempre ha pasado, en los precios internos. Los supuestos “controles” de precios y la alternancia de súplicas y amenazas a los grandes empresarios del sector vienen dando el resultado habitual, es decir, nulo. Porque, para colmo, el índice de inflación oficial está sistemáticamente por debajo del aumento de los precios de los alimentos y en general de toda la canasta básica, con lo que la inflación golpea mucho más a los sectores populares.

La inflación del primer trimestre, si la anualizamos, nos da arriba del 63%, es decir, casi el doble que la mayoría de las paritarias que se han cerrado o se están cerrando en la mayoría de los gremios. Por supuesto, el gobierno puede contar con la eterna colaboración de la burocracia sindical, que empezó aceptando el ficcional índice de inflación del 29% que figura en el Presupuesto 2021 y continuará con algunas discretas quejas por la pérdida del poder adquisitivo de lxs trabajadorxs que seguramente no tendrán la menor consecuencia en medidas de fuerza. La respuesta de burócratas gordos y flacos a los reclamos de las bases por su salario será “esperen a las cláusulas de revisión”, que no son cláusulas gatillo, sino que dependen de la buena voluntad de las patronales. Y además, se activan recién en diciembre, enero o incluso marzo de 2022.

¿Es posible que, como juran desde el Ministerio de Economía, el índice de precios empiece a bajar en los próximos meses? Sí, es posible, pero sólo por la razón de que en ese caso reflejaría el enfriamiento de la actividad económica (ya hay consultoras que le están bajando las expectativas al gobierno de una suba del PBI del 7% este año para volver a acercarse al 5% y monedas de la estimación original del gobierno. Tengamos en cuenta que buena parte de ese 5% es un efecto estadístico, y obedece simplemente a que la base de comparación son los meses de cuarentena más estricta del año pasado. Claro que si, como todo indica, la segunda ola de covid obliga a restricciones más duras, incluso ese efecto puede desvanecerse.

Esa ralentización de la recuperación se debería sobre todo a dos factores: por un lado, claro, el empeoramiento de la situación sanitaria, con su correlato de cuarentenas y restricciones a la circulación, y por el otro, el efecto negativo sobre la capacidad de consumo que tiene el continuo atraso de los salarios respecto del costo de vida. Recordemos que el propio gobierno había jurado y perjurado impulsar la reactivación económica vía el aumento del consumo, para lo cual había prometido “paritarias que le ganen a la inflación”. Pues que alguien le aclare a Fernández, Fernández, Guzmán y compañía que la gracia es que las paritarias le ganen a la inflación real, no a las fantasías votadas como Presupuesto en el Parlamento, porque así no vale, eh.

En suma, en lo que hace a las decisiones de esta coyuntura donde, como dijimos, el mediano plazo es el invierno y el largo plazo es octubre, la disyuntiva es tan simple como desagradable, y remite al perpetuo síndrome de manta corta. Esto es, o se cierra la economía y adiós buenos números de recuperación, o se mantiene la actividad –que eso se disfrace de “bueno, pero con todos los cuidados y protocolos” a esta altura no engaña a nadie– y entonces se corre el riesgo de una catástrofe sanitaria. ¿Qué va a hacer el gobierno? Lo mismo que hace con el dólar, con la emisión del Central y con casi todo: hacer equilibrio caminando por la cornisa –o por el filo de una navaja, más bien–, bambolearse para un lado o para el otro según sople el viento, y rogar que las vacunas se distribuyan rápido, que el invierno pase rápido y que las elecciones lleguen rápido. A esto se ha reducido la ciencia de la política capitalista en Argentina.


 

Notas

  1. Por si no lo recuerdan, se trata del jueguito de traer dólares, pasarlos a pesos en letras que pagan una tasa de interés que, aunque por debajo de la inflación real, es superior al movimiento del dólar. Cobrados los jugosos intereses, se compran dólares de nuevo y adiós. Siempre que se acierte el momento de entrada y salida, el que especula de esta manera obtiene una tasa de ganancia en dólares casi única en el mundo. Si no acierta, consigue unas pérdidas únicas en el mundo también, como les pasó a varios fondos de inversión que se ensartaron con las promesas del “mago” Caputo.

 

 

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