La manta corta del dólar, la inflación y la deuda

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Anticipando el ajuste 2018

Como pasa a cada rato, la suba del dólar volvió a meter ansiedad en los agentes económicos. Curiosamente, el gobierno pareció más bien contento de que el dólar haya pegado un salto por arriba de los 17 pesos, ya que en voz baja reconocen que el retraso de la cotización del dólar respecto de la inflación era un motivo de preocupación. Lo que no parece admitir el macrismo es que este “arreglo” de una variable se da a costa de un desbarajuste en las otras, empezando por los objetivos de inflación que se propusieron.

Como sabe cualquiera que tenga más de 40 años, y hasta más de 30, en este país los precios siguen al dólar siempre. Más lento o más rápido, en la misma proporción o en menos. Pero lo siguen, porque con una economía muy dolarizada y extranjerizada, la menor variación del billete verde hace desde el gobierno hasta los empresarios, pasando por los comerciantes comunes y pequeños ahorristas, cambien sus expectativas… y los precios.

Tan central es el rol del dólar en la variación de los precios que muchos gobiernos, de los cuales los últimos ejemplos son el de Cristina y el actual de Macri (pero también Menem, De la Rúa y hasta Duhalde), buscaron utilizar el dólar como ancla para la inflación. Es decir, controlar el valor de la divisa yanqui esperando que eso contuviera la suba de precios. El resultado fue siempre el mismo: al principio parece que funciona y después todo se desmadra, porque es evidente que la inflación es consecuencia, además, de otras variables que son menos controlables que el tipo de cambio.

Proponemos una adivinanza: ¿quién dijo esto y en qué momento? Se trata de una crítica al presidente del Banco Central, que “lo que está haciendo es contrarrestar la emisión [de moneda. MY] para financiar el déficit fiscal con colocación de deuda en el mercado financiero. El problema es que la alta tasa de interés que paga el Banco Central se convierte en un proceso de inflación futura”.

No van a adivinar: lo dijo el actual presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, en una columa de La Nación en febrero de 2014, contra el jefe de la autoridad monetaria bajo el kirchnerismo en ese momento, Juan Carlos Fábrega. Como se ve, nada ha cambiado y el crítico reproduce exactamente (o más bien peor) las mismas prácticas de su criticado. Veamos por qué.

 

La deuda heredada de los K…

Como hemos señalado otras veces, las variables dólar, inflación y deuda están estrechamente relacionadas. Pero la nombrada en último término es la que hay que analizar primero, porque en el fondo condiciona a las demás. Por supuesto, los economistas neoliberales dicen que en realidad el punto de partida es el déficit fiscal, porque, según ellos, es el que obliga a tomar deuda. Pero eso no es así; más bien, la conexión causal es la inversa, al menos en la Argentina, donde el servicio de deuda es una parte esencial del déficit fiscal, como veremos enseguida.

Sin hacer ahora una historia de la deuda externa argentina, digamos que desde hace al menos 40 años se trata del primer factor limitante de cualquier política económica capitalista. El kirchnerismo, que dijo haber “resuelto” el tema de la deuda con el “desendeudamiento”, hizo en realidad otra cosa. Por un lado, continuó el drenaje infernal de riqueza argentina hacia el exterior (pagó cerca de 200.000 millones de dólares). Por el otro, pudo negociar temporariamente mejores condiciones de pago gracias al flor de susto que se pegó el establishment internacional con la crisis de 2001. Esgrimir ese cuco como amenaza fue el mejor argumento de Néstor Kirchner para reanudar los pagos de la deuda en default de manera que al Estado le quede un poco más de margen que bajo los gobiernos anteriores.

A eso se sumó un alivio a las arcas fiscales vía una estatización no prevista al calor de la crisis financiera internacional: la de las AFJPs, con lo que deuda en dólares y pesos con acreedores externos (los bancos dueños de las AFJP) se transformó en “deuda intra Estado” fácil de refinanciar.

No obstante, la carga de la deuda externa, aunque bajó gracias a esa “estatización de deuda” en términos de porcentaje del PBI, nunca desapareció, y con el deterioro del esquema económico kirchnerista, que jamás llegó a ser un modelo de desarrollo autónomo o sostenible, el peso de esa deuda se hizo notar mucho más, a punto tal que el gobierno K debió recurrir a cerrar todos los demás canales de salida de dólares para evitar el colapso de la moneda local. Así llegaron las restricciones a las importaciones, los límites (luego, casi prohibiciones) a las remesas de ganancias de las multinacionales a sus casas matrices, la venta de divisas en cuentagotas para los turistas, etc. Claro que ese esquema de administrar la carencia de dólares debía necesariamente impactar en la actividad interna, que no puede funcionar sin importaciones, y por lo tanto el “crecimiento a tasas chinas” del gobierno de Néstor Kirchner pasó a ser un recuerdo de tiempos idos que no volverían.

 

…y la pesada herencia que dejará Macri

La llegada de Macri al gobierno planteó el espejismo, propuesto por el propio macrismo, de que se iba a resolver la penuria de dólares vía las inversiones que iban a llover. Lo que llovió fue la emisión de deuda. Y, como dicen incluso economistas y consultoras afines al gobierno, como Economía y Regiones, esa emisión de deuda es por partida doble. No se trata sólo de la deuda que lanza el gobierno nacional vía el Tesoro, sino de la que emite el Banco Central por la vía de las Lebac y otros instrumentos.

Las cifras son conocidas: en lo que va de su gestión, Macri emitió deuda por más de 100.000 millones de dólares, a lo que se debe agregar una emisión de deuda “cuasifiscal” del BCRA por un equivalente a otros 30.000 millones de dólares. Con una importante aclaración: la deuda del Banco Central es en pesos y tiene un doble objetivo. Por un lado, “esterilizar” (es decir, sacar del mercado) los pesos que el propio BCRA emite a un ritmo del 30% anual, esto es, muy por encima del objetivo de inflación oficial. (1) Por el otro, absorber con esos pesos emitidos los dólares que llegan a la plaza local por la vía de la deuda, para evitar que la plaza se llene de dólares y el tipo se retrase (esto es, que el dólar sea demasiado barato).

El circuito es así: 1) el Estado necesita dólares para financiar el déficit fiscal y emite deuda en divisas, 2) llegan esas divisas al país y se cambian por pesos para comprar las letras del BCRA,  3) el BCRA compra esos dólares con los pesos que emite, 4) el Estado usa los pesos para financiar el déficit de sus cuentas, 5) Los pesos refluyen a la economía y terminan en los grandes actores económicos, como los bancos y otros, 6) El BCRA “aspira” esos pesos del mercado con las Lebac. Pero en realidad sólo los “saca” de manera temporaria, porque con las Letras se evita que se agrande el circulante monetario (lo que generaría inflación) pero al costo de transformarse en deuda, que encima paga un interés altísimo.

En el fondo, lo que está haciendo el BCRA es comprar tiempo: patea la pelota de la emisión y de la masa de dólares y pesos para adelante, esperando que en algún momento todo este mecanismo no sea necesario porque el gobierno “hizo los deberes” y redujo el déficit fiscal, lo que a su vez reduciría la necesidad de tomar deuda y de alimentar todo el circuito. Pero es sólo eso, comprar tiempo, y muy caro. Lo que Sturzenegger (y todos los neoliberales) criticaban hasta 2015 es lo que están haciendo ahora: financiando déficit con deuda, que a la larga se va a transformar en inflación.(2)

¿Cuál es entonces la diferencia con el esquema financiero K? Simplificando, ésta: que el kirchnerismo tapaba los agujeros del déficit financiándose internamente con emisión de moneda (lo que, por supuesto, subía la inflación) pero casi sin tomar deuda afuera (de hecho no se podía porque el capítulo legal del default no estaba resuelto). El “cambio” de Macri es que ahora los agujeros del déficit se financian de manera mucho más peligrosa a largo plazo, que es endeudándose en divisas (deuda externa) y en pesos (Lebac), en ambos casos pagando tasas de interés totalmente usurarias. El problema es que mientras la economía no se recupera y el déficit es difícil de bajar (porque implica enfrentar abiertamente a la población en un año electoral), la bola de la deuda crece y agrava las consecuencias nefastas de todo el esquema anterior.(3)

 

Macri: perdemos, ganamos, igual ajustamos

Además, la política macrista deja otros agujeros. Primero y principal, en la actividad económica: el ridículo crecimiento del 0,4% entre enero y abril de 2017 es el resultado de reventar el mercado interno, el salario y el consumo, con crecimiento del desempleo, y favorecer la especulación financiera, mucho más rentable y segura. Insistimos en que las proyecciones de crecimiento del 3% del PBI que dan el gobierno y sus amigos no se apoyan, hasta ahora, más que en muy pocos sectores que además no crean empleo, y menos “de calidad”.

Pero ese alto precio ni siquiera ha servido para bajar en serio la inflación. En 2016, devaluación mediante, fue del 41%; este año ya tenemos un 12% para el primer semestre (4), y nadie estima menos del 22-23% para todo 2017… si sale todo bien y ningún cisne negro del exterior deposita sus deyecciones en el país.

Y tampoco, por supuesto, han resuelto el problema cambiario. Contra las delirantes apreciaciones de miembros del equipo económico de hace sólo unas semanas de que la gente “ya no piensa en dólares”, el sacudón de principios de julio mostró que, junto con las Lebac, son la única opción que consideran los inversores. Por ejemplo, los plazos fijos que salieron de los bancos en los últimos meses suman 12.600 millones de pesos, que fueron derecho a las Lebac y/o al dólar, y que no irán a créditos productivos o de consumo.

El gobierno deshoja la margarita todos los meses sobre si subir la tasa de las Lebac para contener la inflación, bajar las Lebac para impulsar la actividad económica, dejar subir al dólar para mejorar la competitividad, frenar al dólar para atajar la inflación, sumar reservas, gastar las reservas… A esta incertidumbre el BCRA la disfraza de “flotación”: no intervenir y que el “mercado” resuelva… hasta que las papas queman y sí se interviene. Mientras tanto, hay algunas cosas que sí dejan certezas.

La primera es que se sigue deteriorando la cuenta corriente externa del país, es decir, el saldo que queda de los dólares que entran y los que salen por todos los rubros y canales. Ese déficit, que empezó a ser tal en 2010 luego de siete años de superávit (gracias al saldo comercial y a la suspensión de pagos de parte de la deuda), está hoy en el nivel más grave de los últimos 15 años. En una década, se pasó de un superávit del 2,8% del PBI a un déficit del 2,7%, y este año ese déficit sigue creciendo: el rojo del primer trimestre fue de 6.800 millones de dólares, un 40% más que en 2016. A este ritmo, el déficit anual pinta bien arriba de los 25.000 millones de dólares. Ya habrán adivinado con qué se tapa ese agujero: con más deuda, que alimenta el déficit, y así…

La otra certeza es que el gobierno tiene muy claro que ese “tiempo comprado” a precio de oro mientras todavía no explota la bomba de la deuda y mientras todavía se puede endeudar no es eterno. Todos, desde los econogarcas hasta el propio Macri han reconocido que este esquema de deuda por déficit no es sostenible. Y eso significa una sola cosa: que la decisión de “ir por todo” contra los trabajadores, contra los jubilados, contra la población en general; la decisión de sacrificar empleos, crecimiento, derechos adquiridos, nivel de vida y vidas a secas en el altar de la reducción del gasto público, ya parece tomada. Lo que se decide en las elecciones no es qué rumbo adoptará Macri, sino con cuánto apoyo político va a encarar ese rumbo.

Marcelo Yunes

Notas

  1. Irónicamente, los abanderados de la idea de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario (los llamados “monetaristas” de la escuela económica de Chicago en los años 70), hoy en el gobierno, emiten moneda a un ritmo del 30% anual y pretenden que la inflación sea del 17%. Al margen de que, como señalamos, hay otros factores, esta gente es inconsistente con sus propias premisas.
  2. La bola de Lebac se está volviendo no sólo insostenible en el largo plazo sino inmanejable, y ya colabora generosamente a engrosar el mismo déficit fiscal que pretende tapar. Sólo el pago de intereses de las Lebac, con la actual y disparatada tasa superior al 26% anual, insume más de 200.000 millones de pesos por año, esto es, cerca de 12.000 millones de dólares. Es por eso que los garcas neoliberales amigos de Macri advierten que ese tiempo que está comprando con la emisión de deuda hay que aprovecharlo para reducir el déficit, es decir, llevar a cabo el ajuste brutal. La única diferencia entre esos garcas y el PRO es que los garcas no quieren esperar, y Macri les pide que entiendan que en el medio hay elecciones, como diciendo “aguanten hasta el 2018 y voy a hacer lo que ustedes piden y más también”.
  3. En el mismo sentido, señalaba un analista: “La táctica de cambiar el mix del financiamiento del déficit fiscal –bajo el kirchnerismo 100% BCRA, y ahora con más deuda externa– termina conspirando contra la estrategia de bajar la inflación” (J. Herrera, Ámbito Financiero, 15-5-17).
  4. Es el 12%, y no el 11,8% como dice el gobierno, porque ya empezaron con las trampitas. Hasta ahora, e históricamente, el INDEC elaboró su índice de precios al consumidor (IPC) sobre la base de una encuesta en Capital y Gran Buenos Aires. Ahora el INDEC anuncia un nuevo “IPC nacional” que resulta un promedio de las encuestas tomadas en otras cinco regiones del país. Dejemos de lado la discusión técnica de si corresponde o no hacerlo en este momento; el dato político es que este nuevo IPC lo que hace es diluir la inflación GBA con la del interior, que es tradicionalmente menor. De hecho, en las de junio que dio a conocer el INDEC, la inflación más elevada de todo el país fue, por supuesto, la del GBA. Así que la cifra que corresponde tomar para junio es el 1,4%, que mide lo mismo que se midió en los meses anteriores, y no el tramposo 1,2% de las tapas de los diarios. Parece una diferencia pequeña, pero atención, que en el acumulado de los meses la brecha va a ser grande, y puede marcar la diferencia entre una paritaria digna y una desastrosa.