Francisco: el papa de la crisis

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Por Tofi Mazú

El papa Francisco fue de viaje a Dublin, Irlanda, tras el referéndum que demostró la voluntad popular de que  se legalizara el aborto en ese país. Luego de la visita, donde el sumo pontífice pidió perdón por los numerosos casos de pedofilia, un ex nuncio (embajador eclesiastico) en Estados Unidos, Carlos María Viganó publicó una carta donde exigía la renuncia de Bergoglio por encubrir abusadores. Las internas en el Clero se aceleran cada vez más, pues nadie parece querer hacerse cargo de la falta de legitimidad que esta vetusta institución está atravesando y que se profundiza minuto a minuto. Como si esto fuera poco, el heredero del trono de San Pedro dio una rueda de prensa en el avión de regreso a Roma, donde demostró (una vez más) que no es el papa progre que nos vendió el populismo: “Es importante ver en qué edad se manifiesta esta inquietud. Una cosa es cuando se manifiesta de niño, que hay muchas cosas que hacer con la psiquiatría, para ver cómo están las cosas. Otra cosa es cuando eso se manifiesta después de los 20 años” declaró el papa en relación a la homosexualidad. Horas más tarde, el mismo Vaticano tuvo que salir a reubicarse. Es que el Mundo ya no está para tolerar a la Santa Inquisición…

 

Una crisis histórica

La Iglesia Católica es una de las instituciones más vieja de todas. Con 2000 años de historia, sigue acechando desde las sombras, mantenida por los Estados y sus propios negociados, manejando uno de los bancos más importantes del Mundo, con las arcas rebosantes de oro y la carga del espectro de la participación en todo tipo de crímenes de lesa humanidad.

A pesar de haber sido cuestionada con la revolución francesa, sobrevivió a la modernidad capitalista por un solo motivo:  ser un organismo de control social, que tomara parte de las tareas ideológicas que el  Estado por si solo no puede sostener. Ella sigue ahí, firme gracias a los millones que los gobiernos desembolsan en sus bóvedas, para pagar sueldazos a la curia y mantener la educación confesional que enseña a los niños a poner la otra mejilla y que el preservativo no funciona. La pregunta del millón ahora es, ¿Cuánta injerencia ideológica tiene el Vaticano en la cabeza de las nuevas generaciones?

Podríamos escribir toda una serie de notas -y lo haremos- sobre la crisis de la Iglesia Católica y su devenir. Una crisis que es relativa, de todas maneras, porque el poder material de esta institución medieval sigue siendo una realidad. He ahí la cuestión a profundizar, el lugar en el que la política revolucionaria debe clavar el cuchillo. Por el momento es una crisis en el terreno ideológico. Día a día, la Iglesia pierde fieles. Para graficar el peso del declive clerical, pongamos el siguiente ejemplo. La Argentina está plagada de escuelas de curas y monjas. Las niñas, niños y adolescentes son llevados a las mismas por el creciente deterioro y desfinanciamiento que sufre hace décadas la educación pública. Gracias al subsidio estatal,  las instituciones confesionales son una opción barata con un programa más o menos completo. De yapa, vienen con el intento de hacer arrodillar a camadas y camadas de pibes, enseñándoles a vivir la vida sin cuestionar absolutamente nada. El problema para los monseñores del status quo es que las nuevas generaciones no se arrodillan para rezar contra el derecho al aborto:  organizan sentadas contra el cura y cuelgan de su mochila un pañuelo verde.

Resulta evidente que el avance del movimiento de mujeres ha llegado para profundizar esta situación. Pero antes del estallido internacional de la cuarta ola feminista, el cuestionamiento al Clero estaba a la orden del día: la rebelión de las pibas ya se estaba gestando. En primer lugar, en relación a la cuestión de la pedofilia como epidemia entre quienes visten sotana. En segundo lugar, porque el mundo ha avanzado lo suficiente como para vivir según dicta el dogma católico. No se ha roto con la famlia patriarcal (claro que no); pero el matrimonio ha dejado de ser sagrado. No se ha terminado con la homolesbotransfobia y hay crímenes de odio; pero hasta el Estado burgués reconoce el casamiento entre personas del mismo sexo o expide documentos que contemplan diversas identidades. La realidad es que son muy pocas las personas que llevan hasta el final los mandatos, mandamientos, sacramentos y el modo de vida que promulga el Vaticano. Las nuevas generaciones apuestan a romper con todo esto y, directamente, apostatan. “No en mi nombre” dicen miles de personas, cuando la Iglesia rechaza el aborto legal mientras encubre pederastas.

 

De Bergoglio a el papa de los pobres

Antes de ser el papa, Francisco era Bergoglio, Obispo de la Ciudad de Buenos Aires y dirigente de la campaña reaccionaria contra el matrimonio igualitario en la Argentina. Cinco años después de ser derrotados en ese debate, le dieron un baño de pureza para convertirlo en el papa de los pobres, que gobernaría el Vaticano tras la renuncia de Benedicto XVI. Esto no es un detalle menor. Vino a suceder a Ratzinger, que había sido miembro de las Juventudes Hitlerianas y que se fue con la cola entre las patas como el gran encubridor de pederastas. Demasiado facho para los ánimos de una juventud que encaraba rebeliones populares en diferentes puntos del globo (primavera árabe, ocupy Wall Street, los indignados…)

Bergoglio, además, es el primer papa latinoamericano. El que llegó para intentar ponerle un freno al crecimiento del evangelismo en una región tradicionalmente dominada por Roma. “Hagan lío” proclamaba en Brasil, el primer país que visitó luego de asumir. La recorrida por el gigante vecino no fue azarosa: Brasil es el reino del protestantismo evangélico. Francisco fue a dar una disputa política e ideológica, fue a demostrar que “se puede hacer lío” y ser apostólico y romano.

Antiabortista pero amigable, a Cristina le cerraba por todos lados. Y lo adoptó como papa “Nac &Pop”. Si el kirchnerismo fue el hijo burgués del Argentinazo, Francisco fue el hijo clerical de la crisis de legitimidad global de la Iglesia de la que venimos hablando. Creó la Comisión Contra la Pederastía y perdonó a las mujeres que abortaban. Todo un revolucionario…

Enseguida se sumaron al tren otros sectores de menor importancia política. Ahora, se embanderan con el líder del Vaticano sectores de la burocracia, administradores de planes sociales y populistas de poca monta para confluir en “En Marcha” en el 2019. Lejos de enfrentar a Macri, la CETEP, la CCC, Patria Grande y otros traidores vergonzantes buscan refugio bajo el ala de Bergoglio, incluso después de que el Senado negara a las mujeres el derecho a decidir.

Como si el caso Karadima en Chile o los 300 abusadores de Pensilvania fueran poco, apareció el escándalo de Dublin. Tras reunirse con 8 víctimas de curas pederastas, las mismas estallaron en ira. Ocurre que desde el año 2002 se calcula que en Irlanda hubo 14.000 niños, niñas y adolescentes violados por la curia. Así las cosas, aunque la carta de Viganó responda a los debates dentro del Clero que cuestionan al papa por derecha, es imposible negar que Bergoglio viene sosteniendo esta barbaridad en los tres años que hace que lleva la corona. Si a los reaccionarios les parece demasiado populista, a la juventud del mundo entero se le empieza a desnudar cada vez más como lo que es: un homofóbico que quiere mandar al psiquiatra a niños y niñas no heterosexuales, el que llama “asesinas de guantes blancos” al movimiento de mujeres y el que creó la comisión contra la pederastía más infructífera que se podría haber encarado. Es decir, expresión y conducción de una institución de naturaleza reaccionaria, una fuerza del orden y el staus quo.

Cristina llamó a no enojarse con la Iglesia. Macri, aunque no sabe ni persignarse, se planta como un gobierno clerical que se apersona en las Conferencias Episcopales para “defender la vida desde la concepción” y dirigió el debate del Senado para que ganaran los dinosaurios, de la mano de Michetti. Los reformistas que no entraron en la ecuación del kirchnerismo para las próximas elecciones, disfrazan a Bergoglio de cura tercermundista para sentirse menos solos.  Mientras tanto, y por abajo, la sociedad se enoja con la Iglesia;  la juventud se desafilia al Imperio de Roma y se organiza por el aborto legal. El papa de la crisis ya no puede contener el descontento generalizado con la Iglesia, ni en Argentina, ni en Irlanda… ni en ningún lugar. El reclamo por la separación de la Iglesia y el Estado cobra cuerpo día a día. Tal vez estemos presenciando el principio del fin del dominio católico.

 

 

 

 

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