En el marco del nuevo proceso internacional de rebeliones populares (Chile, Ecuador, Cataluña, Líbano, Hong Kong, Puerto Rico, etc.) venimos señalando desde estas páginas el gran protagonismo que tienen sectores como la juventud, el movimiento estudiantil y el movimiento de mujeres. Pero aquí queremos detenernos en otro aspecto del proceso internacional: el muy lento e incipiente, pero de importancia estratégica, proceso de recomposición del movimiento obrero que comienza a despuntar en países como Estados Unidos. Si este proceso lograra llegar a su madurez, sería un salto cualitativo en el ciclo político: el ingreso a escena de la clase trabajadora tiene la potencialidad de cambiarlo todo, por el enorme peso económico y social de la misma, por sus niveles de concentración, disciplina y solidaridad.

Aquí nos centraremos en dos casos: la huelga de la General Motors y la de los docentes de Chicago. Pero se trata de un fenómeno más general: encuestas señalan que la aprobación popular a los sindicatos está en un 64%, uno de los niveles más altos de los últimos 50 años[1]. En 2018, las huelgas habrían involucrado a 485,000 trabajadores, el número más alto desde 1986. El movimiento sindical debe remontar largas décadas de derrotas y retrocesos, tarea nada sencilla y que tiene enfrente a enemigos poderosísimos. Sin embargo, aun partiendo de ese piso muy bajo, pareciera estar lentamente comenzando a recomponerse en los últimos años, como parte del ciclo general de resistencia contra el neoliberalismo y la austeridad abierto internacionalmente en 2011.

 

La huelga de la General Motors

Este fin de semana acaba de culminar una importantísima huelga de los obreros automotrices de la General Motors -la más grande desde 1970-. Más allá de sus resultados (que podríamos definir como una derrota parcial con concesiones menores), se trata sin duda alguna de un hito histórico. Durante 40 días, 49 mil trabajadores de alrededor 50 plantas de todo el país abandonaron sus puestos de trabajo, paralizando la producción. De esta manera, le asestaron un golpe a una de las empresas más poderosas del mundo entero.

Los trabajadores de la GM luchaban contra la situación de precarización y estancamiento salarial que produjo la empresa desde su casi-bancarrota de 2009. En esa ocasión, la patronal descargó sobre los obreros los costos de la crisis, estableciendo un sistema de fragmentación de la mano de obra en distintos “rangos” (tiers) según en qué momento se haya ingresado en la empresa. Para todo aquel que haya comenzado a trabajar a partir de ese momento, las condiciones laborales y salariales (así como los beneficios de salud, pensiones, desempleo, etc.) fueron mucho peores que para los anteriores. Además, la empresa recurrió masivamente al empleo temporal, creando una fuente inagotable de trabajadores descartables y muy mal pagos, sin ningún derecho. Para completar el panorama, la empresa tiene la intención de cerrar varias importantes plantas en el país, destruyendo directamente las fuentes de empleo a cambio de promesas muy vagas e insuficientes de reubicación o pensiones.

Es contra esas condiciones que los trabajadores se rebelaron, exigiendo el fin de la fragmentación de la mano de obra y de la precarización, la igualdad de derechos, aumento salarial y mayores beneficios de salud y pensiones varias, así como el rechazo a los cierres de plantas. Pese a la enorme y prolongada lucha, se pudieron obtener muy pocas de estas demandas: la patronal no cedió en casi ninguna de las cuestiones esenciales, aunque ofreció algunas mejoras salariales y de beneficios. También implementaría un esquema para el pase a planta de los temporarios cuando llegasen a cierta antigüedad. Sin embargo, continuará con varios de los cierres de plantas proyectados (aunque supuestamente abriría algunas nuevas para la producción de vehículos eléctricos, cosa que ya estaba planeada desde antes de la huelga) y no modificará la fragmentación en diferentes rangos, ni eliminará el empleo temporario como tal.

Desde ese punto de vista, podemos considerar que la huelga culminó en una derrota parcial. Sin embargo, es necesario tener en consideración varios elementos. Por un lado, General Motors se trata de una de las mayores patronales del mundo, que contaba además con un enorme stock acumulado para aguantar la huelga (y que, por otra parte, posee plantas y logística a escala mundial, por lo cual no depende exclusivamente de la producción en un solo país para abastecer su demanda). Obtener un triunfo en toda la línea era muy difícil, más aún teniendo en cuenta la enorme debilidad del movimiento sindical norteamericano en las últimas cuatro décadas -en el caso de la General Motors, ésta en 1979 contaba con 470 mil obreros sindicalizados entre todas sus plantas, mientras que en la actualidad son sólo 50 mil[2].

Por otra parte, la propia dirección del sindicato automotriz (UAW) se trata una burocracia corrupta acostumbrada a cederle todo a las patronales y a traicionar a los trabajadores de todas las formas posibles. Esa dirección no sólo no preparó a las bases para el conflicto, tampoco parece haber hecho nada para llevarlo a un nivel superior, manteniendo en cambio una actitud pasiva y corporativa, sin movilizar a la base obrera, sin poner en aprietos al poder político, sin radicalizar los métodos de lucha, sin involucrar a los obreros automotrices de las otras empresas. Para profundizar la lucha era necesaria la existencia de un desborde a las direcciones burocráticas que no parece haber ocurrido.

Pero todo lo anterior no suprime lo más importante: la existencia misma de la huelga, el hecho de que los trabajadores se hayan levantado contra sus condiciones de trabajo aun en esa relación de fuerzas tan desfavorable, que la hayan sostenido durante tanto tiempo y con tan alta adhesión, que ésta haya sido motorizada por la unidad obrera dejando de lado toda división entre los distintos rangos. La fuerza y la combatividad eran tan grandes que de hecho un 43% de los trabajadores votó en contra de levantar la huelga, pronunciándose por el rechazo del acuerdo que la UAW alcanzó con la empresa.

Pese a la ausencia de grandes resultados tangibles, la huelga de la GM les mostró a los trabajadores de todo EEUU que la lucha de clases no es cosa del pasado, que es posible organizarse y pelear, generando un hecho político muy visible y obteniendo inclusive algunas concesiones menores. Existen reportes inclusive de que sectores obreros de las automotrices del sur del país (que no se encuentran sindicalizadas) empezaron a ver con mejores ojos la posibilidad de agremiarse, ya que vieron que por lo menos existe la posibilidad de dar una batalla digna contra las patronales, contando inclusive con la solidaridad de amplios sectores de la sociedad. No es un mal comienzo.

 

La huelga docente en Chicago

Los docentes de Chicago comenzaron el 17 de octubre una huelga que hasta el día de hoy sigue todavía en pie. El inicio de la misma fue votada por una abrumadora mayoría: el 94% de los miembros del sindicato.

La huelga abarca en total a unos 32 mil trabajadores. A los 25 mil miembros del sindicato CTU (Chicago TeachersUnion) se les sumaron en esta ocasión otros 7 mil trabajadores del sindicato SEIU (ServiceEmployees International Union), que abarca a personal auxiliar de las escuelas (desde conductores de ómnibus hasta empleados de seguridad). Esta es una importante diferencia con la anterior huelga llevada adelante por el CTU en 2012, que se había realizado en soledad.

Como parte del conflicto, se llevaron adelante varias movilizaciones de 20 mil personas[3], con fuerte apoyo de la sociedad. Esto no se trata de algo nuevo: lo mismo ocurrió este mismo año con las huelgas docentes en la ciudad de Los Ángeles, y anteriormente en Virginia Occidental y varios otros lugares. En todo el país se vive un despertar del movimiento docente, con rasgos fuertemente activistas y de organización desde las bases.

Las demandas de los trabajadores de la educación de Chicago abarcan una gran cantidad de cuestiones relacionadas al salario y las condiciones laborales, incluido el tamaño máximo de las clases, la cantidad de docentes y de cursos, la presencia de enfermeras y asistentes sociales, los beneficios de salud, vacaciones pagas, etc. Pero más aún, incluyen demandas relacionadas con la comunidad[4]: una gran cantidad de los alumnos (alrededor de 17 mil) se encuentran en una situación socioeconómica muy precaria, especialmente en cuanto a falta de acceso a la vivienda. Chicago, como todas las grandes ciudades de EEUU, se encuentra en un proceso conocido como “gentrificación”, donde los negociados inmobiliarios se expanden en los barrios residenciales populares haciendo subir enormemente los precios del alquiler y por lo tanto expulsando a sus habitantes. Esto afecta particularmente a las comunidades negras y latinas, de menores ingresos y de situación globalmente más vulnerable. Por esto mismo, los docentes en huelga reclaman soluciones integrales al problema de la vivienda, lo que implica frenar los desalojos, establecer un control de rentas, implementar subsidios, limitar los negociados inmobiliarios, impulsar la construcción de viviendas estatales,etc. Al igual que en todo el mundo, termina recayendo en los docentes la tarea de hacerse cargo de las consecuencias de la pobreza y la destrucción del tejido social.

La importante huelga de los docentes de Chicago (y toda la oleada de luchas docentes que atraviesa el país en los últimos años), así como la histórica lucha de los obreros de la General Motors, se suman a otras, como la de los trabajadores de las cadenas de comidas rápidas y el comercio en general (por el salario mínimo de 15 dólares por hora de trabajo), las de los trabajadores hoteleros y de otros rubros. De conjunto, establecen un panorama de lenta e incipiente recomposición del movimiento obrero norteamericano, que aunque debe superar enormes dificultades, tiene la potencialidad de hacer una enorme diferencia en la principal potencia mundial.

[1] “Are unions back? GM, Chicago teacher strikes show how unions can start winning again”. Chris Woodyard, USA TODAY, 20/10/19. En: https://www.usatoday.com/story/news/education/2019/10/18/gm-strike-uaw-contract-vote-cps-chicago-public-schools-teachers/4013610002/

[2] “Auto Workers Ask: If We Can’t Win It Now, When Will We?”. Chris Brooks, Jane Slaughter, Labor Notes, 18/10/19. En: https://www.labornotes.org/2019/10/auto-workers-ask-if-we-can%E2%80%99t-win-it-now-when-will-we).

[3] “Chicago School Unions Unite and Strike! Stand with Teachers, Educators, and Schools Workers to Win this Fight”. Nick Wozniak, Socialist Alternative, 20/10/19. En: https://www.socialistalternative.org/2019/10/20/chicago-school-unions-unite-and-strike-stand-with-teachers-educators-and-schools-workers-to-win-this-fight/

[4] “Chicago Teachers Are Carrying the Torch of Decades of Militant Worker Struggles”. Sarah Lazare, In These Times, 29/10/19. En: http://inthesetimes.com/working/entry/22141/chicago-teachers-union-seiu-social-justice-unionism

 

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