Artículo de Monthly Review, 01/03/2017. Traducción: Santiago Entraigas

A finales de los 1870s, cuando los dos socialistas científicos pudieron vivir uno cerca del otro y charlar entre ellos todos los días, usualmente en el estudio de Marx, donde caminaban de arriba a abajo discutiendo sus planes, proyectos e ideas. Usualmente leían el uno a otro pasajes de sus trabajos en progreso1. Engels le leía el manuscrito entero del “Anti-Düring” a Marx (Quién contribuyó con un capítulo) antes de que se publicara. Marx escribió una introducción para “Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico”. Luego de la muerte de Marx, en 1883, Engels preparó los volúmenes dos y tres de “El Capital” a partir de las notas que su amigo había dejado. Aún si Engels, como él mismo admitió, quedó a la sombra de Marx, fue sin embargo un gigante político e intelectual.

Pero por décadas los académicos sugirieron que Engels entorpecía y distorsionaba el pensamiento de Marx. John L. Stanley observó críticamente en su obra póstuma “Mainlining Marx” publicada en 2002 , intentar separar a Marx de Engels -más allá del hecho que ambos fueron dos personas diferentes, con intereses y talentos diferentes- ha tomado la forma en disociar a Engels, estigmatizado como la fuente de todo lo que es reprochable del marxismo, de Marx, glorificado como el epítome del hombre de letras civilizado, y no reconocerlo como marxista2.

Hace más de cuarenta años, el 12 de diciembre de 1974, asistí a una conferencia de David McLellan titulada “Karl Marx: Las Vicisitudes de su Reputación”, en The Evergreen State College en Olimpia, Washington. El año anterior McLellan publicó “Karl Marx: His Life and Thought”, que pude estudiar en profundidad3. Entonces entré en la sala de la conferencia esperando ansiosamente que comience. Sin embargo, lo que escuché fue muy desconcertante. El mensaje principal de McLellan fue simplemente: Karl Marx no fue Friederick Engles. Para descubrir al auténtico Marx, era necesario separar el “trigo” de Marx de la “paja” de Engels. Fue este último, afirma McLellan, quien introdujo el positivismo en el marxismo, apuntando a las Segunda y Tercera Internacional y eventualmente al estalinismo. Un par de años después, McLellan escribió algunas de estas críticas en su biografía corta “Friederick Engels4.

Esta fue mi primera introducción a la mirada anti-Engels que emergió como una característica particular en la izquierda académica occidental, y que está profundamente realcionada al ascenso del “Marxismo Occidental” como una tradición filosófica distintiva -en oposición a lo a veces denominado marxismo soviético u oficial. El marxismo occidental, en este sentido, tiene como axioma principal el rechazo a la dialéctica de la naturaleza, o “dialéctica objetiva” como la llamó George Lukács, de Engels.5

Para la mayoría de los marxistas occidentales la dialéctica era una relación de identidad sujeto-objecto: podemos entender el mundo hasta donde lo hemos creado. Esta visión tan crítica constituyó una bienvenida corrección al crudo positivismo que había infectado parte del marxismo, y que había racionalizado la ideología soviética oficial. Pero también tuvo el efecto de empujar al marxismo en una dirección más ideológica, llevándolo al abandono de una larga tradición de buscar el materialismo histórico relacionado no solo con las ciencias sociales y las humanidades -y la política- sino también con las ciencias naturales.

Despreciar a Engels se volvió un pasatiempo popular entre los académicos de izquierda, teniendo algunas figuras, como el teórico político Terrell Carver que construyó carreras enteras con esta sola base. Una maniobra común es usar a Engels como el medio para extraer a Marx del marxismo. Como Carve escribió en 1984: “Karl Marx negó que él fuera marxista. Frederick Engels repitió el comentario de Marx pero falló en probar su punto. De hecho, es ahora evidente que Engels fue el primer marxista, como es cada vez más aceptado el hecho de que él de alguna forma inventó el marxismo”. Para Carver, Engels no solo cometió el pecado capital de inventar el marxismo, sino que cometió muchos otros, como promover un casi-Hegelianismo, el materialismo, el positivismo y la dialéctica -todo de lo cuál se ha dicho que “está a millas del eclecticismo minucioso de Marx”.

La sola idea de que Marx tuviera “una metodología” fue atribuida a Engels,y entonces declarada falsa. Removido de su asociación con Engels y quitado de todo su contenido determinante, Marx fue hecho fácilmente aceptable para el status quo como una especie de vidente intelectual. Como Carver dijo recientemente, sin sentido  alguno de ironía, “Marx fue un pensador liberal”6.

Pero la mayoría de las críticas a Engels han sido dirigidas hacia su alegado cientificismo en el “Anti-Dühring” y su “Dialéctica de la Naturaleza” sin terminar. McLellan en su biografía sobre Engels dijo que su interés por las ciencias naturales “lo hicieron enfatizar una concepción materialista de la naturaleza más que de la historia”. Engels fue acusado de traer “el concepto de materia” al marximo, lo que fue “completamente ajeno al trabajo de Marx”. Su error principal fue el intento de desarrollar una dilética objetiva que abandonase “el lado subjetivo de la dialéctica”, que llevase a la “gradual asimilación del pensamiento de Marx como una perspectiva científica del mundo”.

“No es sorprendente,” dice McLellan, “que, con la consolidación del régimen soviético, la vulgarización de Engels se convirtió en el contenido filosófico principal de los libros soviéticos”7. Marx era presentado cada vez más como el intelectual refinado, mientras que Engels era visto como el divulgador grosero. Engels sirve entonces en el discurso académico sobre el marxismo como un chivo expiatorio.

Aún así Engels tiene sus admiradores. El primer signo real de un cambio sobre su desaparición en la teoría marxista contemporánea surge con la obra de 1978 “Miseria de la Teoría” del historiador E.P. Thompson, que se enfoca principalmente contra el el marxismo estructuralista de Louis Althusser. En ella Thompson defiende el materialismo histórico contra una hipostasiada y abstracta teoría divorciada de cualquier sujeto histórico y basada en referencias empíricas. En el proceso, él valientemente -y en lo que yo he visto como uno de los grandes puntos en la literatura inglesa de finales de siglo XX- defendió a ese “viejo zonzo de Federico Engels”, quien había sido el objetivo de gran parte de la crítica de Althusser.

Sobre esta base, Thompson defendió una especie de empirismo dialéctico –lo que más admiraba en Engels– como esencial para un análisis histórico-materialista8. Unos cuantos años más tarde, las Cuatro conferencias sobre el marxismo del economista marxista Paul Sweezy comenzaron reafirmando audazmente la importancia del abordaje de Engels de la dialéctica y su crítica a las opiniones mecanicistas y reduccionistas9.

Pero el cambio real que era restaurar la reputación de Engels como un gran teórico del marxismo clásico junto a Marx tuvo que surgir, no de los historiadores y economistas políticos, sino de los científicos naturales. En 1975, Stephen Jay Gould, que escribía en la revista Natural History celebrando abiertamente la teoría de Engels sobre la evolución humana, que había enfatizado el papel del trabajo, describiéndolo como la concepción más avanzada del desarrollo evolutivo humano en la era victoriana, anticipando el descubrimiento antropológico en el siglo XX del Australopithecus africanus. Algunos años más tarde, en 1983, Gould explayó su argumento en la revista New York Review of Books, señalando que todas las teorías de la evolución humana eran teorías de la “coevolución gen-cultura” y que “la mejor defensa de la coevolución gen-cultura fue hecha por Friedrich Engels en su notable ensayo de 1876 (publicado póstumamente en Dialéctica de la naturaleza), “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre10.

El sociólogo médico y doctor en medicina Howard Waitzkin dedicó gran parte de su hito “La segunda enfermedad”, publicado en 1983, al papel pionero de Engels como epidemiólogo social, mostrando cómo Engels, de veinticuatro años, al escribir “La condición de la clase trabajadora en Inglaterra” en 1844, había explorado la etiología de la enfermedad de maneras que prefiguraron descubrimientos posteriores dentro de la salud pública11. Dos años después, en 1985, Richard Lewontin y Richard Levins salieron con su obra ahora clásica El biólogo dialecto, con su mordaz dedicación: “A Frederich Engels, quien se equivocó muchas veces, pero que acertó allí donde importaba”12.

La década de los ‘80 fue la que vió el nacimiento de una tradición eco-socialista dentro del marxismo. En la primera etapa del eco-socialismo, representada por el trabajo pionero de Ted Benton, Marx y Engels fueron criticados por no haber tomado suficientemente en serio los límites naturales de Malthus. Sin embargo, a finales de los años noventa, los debates que siguieron dieron lugar a una segunda etapa del eco-socialismo, comenzando con “Marx y la naturaleza”, obra de Paul Burkett en 1999, que buscaba explorar los elementos materialistas y ecológicos que se encontraban dentro de los fundamentos clásicos del materialismo histórico mismo13. Estos esfuerzos se centraron al principio en Marx, pero también tomaron en cuenta las contribuciones ecológicas de Engels. Esto se vió reforzado por el renovado MEGA (Marx-Engel Gesamtausgabe; Obras Completas de Marx y Engels), donde los cuadernos natural-científicos de Marx y Engels se publicaron por primera vez. El resultado fue revolucionario en el entendimiento de la tradición del marxismo clásico, mucho del cual resuena con la nueva y radical praxis ecológica resultado de la crisis (tanto económica como ecológica) de esta época.

El creciente reconocimiento de las contribuciones de Engels a la ciencia, junto con el surgimiento del marxismo ecológico, han despertado un interés renovado en Dialéctica de la naturaleza de Engels y sus otros escritos relacionados a las ciencias naturales. Gran parte de mi propia investigación desde el año 2000 se ha centrado en la relación de Engels –y otros influenciados por él– a la formación de una dialéctica ecológica. Tampoco estoy solo en este sentido. El economista político y marxista ecológico Elmar Altvater recientemente publicó un libro en alemán abordando la “Dialéctica de la naturaleza” de Engels14.

La indispensabilidad de Engels para la crítica del capitalismo en nuestro tiempo tiene sus raíces en su famosa tesis en el Anti-Dühring de que “la naturaleza es la prueba de la dialéctica.”15. Ésta a menudo fue ridiculizada dentro de la filosofía marxista occidental. Sin embargo, la tesis de Engels, que refleja su propio análisis profundo dialéctico y ecológico, tendría que traducirse al lenguaje actual: la ecología es la prueba de la dialéctica –una afirmación cuya significación pocos estarían preparados hoy para negar. Visto de esta manera, es fácil ver por qué Engels ha asumido un lugar tan importante en las discusiones ecosocialistas contemporáneas. Los trabajos en el marxismo ecológico citan comúnmente como leitmotiv sus famosas palabras de advertencia en Dialéctica de la Naturaleza:

“No debemos (…) lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de la derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros. (…) Y, de la misma o parecida manera, todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente”16.

Para Engels, como para Marx, la clave para el socialismo era la regulación racional del metabolismo de la humanidad y la naturaleza, de tal manera que favorezca al máximo el potencial humano posible, salvaguardando al mismo tiempo las necesidades de las generaciones futuras. No es de extrañar, entonces, que estemos viendo, en el siglo XXI, el regreso de Engels, quien, junto con Marx, continúa dando forma a las luchas e inspirando las esperanzas que definen nuestra época cargada de crisis y, necesariamente, revolucionaria.

 

Citas

  1. Eleanor Marx Aveling, “Frederick Engels,” in Institute of Marxism-Leninism, Reminiscences of Marx and Engels (Moscow: Foreign Languages Publishing House, no date), 186.

 

  1. John L. Stanley, Mainlining Marx (New Brunswick, NJ: Transaction, 2002).
  2. David McLellan, Karl Marx: His Life and Thought (New York: Harper and Row, 1973).
  3. David McLellan, Frederick Engels (Harmondsworth: Penguin, 1977).
  4. Georg Lukács, History and Class Consciousness (London: Merlin, 1968), 24, 207.
  5. Terrell Carver, “Marxism as Method,” in Terence Ball and James Farr, ed., After Marx (Cambridge: Cambridge University Press, 1984), 261–78; Terrell Carver, “Terrell Carver Recommends the Best Books on Marx and Marxism,” August 4, 2016, http://fivebooks.com. For a critique of Carver’s views, see Stanley, Mainlining Marx, 32-33, 50-54, 123-30. See also Carver’s review of Gareth Steadman Jones, Karl Marx (Marxism and Philosophy Review of Books, September 28, 2016, http://marxandphilosophy.org.uk) where we are told that in his political project Marx simply “aspired to contribute to a broadly-based, popular movement for democratic institutions.”
  6. McLellan, Frederick Engels, 79–107.
  7. P. Thompson, The Poverty of Theory (New York: Monthly Review Press, 1978), 50–57.
  8. Paul M. Sweezy, Four Lectures on Marxism (New York: Monthly Review Press, 1981), 11–25.
  9. Stephen Jay Gould, Ever Since Darwin (New York: Norton, 1977), 207–13, An Urchin in the Storm (New York: Norton, 1987), 111.
  10. Howard Waitzkin, The Second Sickness (New York: Free Press, 1983).
  11. Richard Lewontin and Richard Levins, The Dialectical Biologist (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1985).
  12. Ted Benton, “Marxism and Natural Limits,” New Left Review 178 (1989): 51–86; Paul Burkett, Marx and Nature (Chicago: Haymarket, 2014). See also John Bellamy Foster, Marx’s Ecology (New York: Monthly Review Press, 2000).
  13. See the review of Altvater’s Engels neu entdecken by Palle Rasmussen in Marxism and Philosophy Review of Books, August 6, 2016.
  14. Frederick Engels, Anti-Dühring, second ed. (Moscow: Foreign Languages Press, 1959), 36–37.
  15. Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works (New York: International Publishers, 1975), vol. 25, 460–61.

 

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