Hemos señalado ya que Marx y Engels fueron revolucionarios de pies a cabeza. Sin embargo, no nos hemos dedicado a “historiar” su trayectoria en el terreno de su acción política específica. Aunque no podemos extendernos mucho más en este ensayo, queremos dejar sentados algunos parámetros para un desarrollo ulterior.
Marx y Engels se involucraron desde muy temprano en la vida política. Al serle clausurada a Marx la vida académica, se volcó al periodismo: una actividad política por antonomasia. La materia prima del periodismo es la actualidad. Y no hay manera de apreciar la actualidad que no sea de una manera política. Claro que, además, en su crítica a la filosofía, incluso al materialismo naturalista de Feuerbach, Marx estamparía su máxima: “Los filósofos no han hecho más que criticar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”.
Su dirección por unos meses a finales de 1842 de la Gaceta Renana, su nuevo puesto de director en la Nueva Gaceta Renana durante 1848, su arribo a París años antes en 1844, y su toma de relación con las corrientes políticas de la izquierda en dicha ciudad, su viaje a Londres junto a Engels en 1845, su exilio apátrida en esta misma ciudad a partir de 1849, su participación decisiva en las labores de la Primera Internacional (entre 1864 y 1872), la acusación que pesó sobre él de “inspirador” de la Comuna de París a finales de 1871/2, anteriormente la carta redactada por él a nombre de la Primera Internacional y destinada a Lincoln para manifestarle el apoyo en la lucha de los Unionistas del norte contra los Confederados del sur, y, volviendo para atrás, sus conclusiones sobre el fracaso de la revolución de 1848, el arribo a la perspectiva de la independencia de clase de los trabajadores y los primeros esbozos de la concepción de Revolución Permanente (1851), esbozos que posteriormente retomaría Trotsky, entre otros, son otros tantos hitos de su vida política (y de la de Engels).
Parte de esta actividad política es la crítica a los otros socialistas. La reivindicación y crítica de los utopistas (los socialistas utópicos), de los cuales recogería sus perspectivas de que “otros mundos eran posibles”, otras relaciones sociales humanas y con la naturaleza, al tiempo que criticaba la falta de base científica de los mismos, así como, sobre todo, los elementos de sustituismo social de los trabajadores para emprender la tarea; el no verlos como clase revolucionaria sino solamente como objeto de caridad.
También, la amistad estrecha y posterior rápida ruptura con Proudhom, su folleto Miseria de la filosofía, donde le criticaba a éste su base romántica; su concepción que sobre la base de la (pequeña) propiedad privada podría desarrollarse un curso emancipador. Así como, posteriormente, su ardua polémica con Bakunin, no solamente contra su orientación política irresponsable, anti-política y minoritaria, sino también la base idealista de sus concepciones: el ver todos los males como originados en el Estado (considerado abstractamente, por lo demás), y no al Estado determinado como subproducto de las relaciones sociales explotadoras. Es decir, su incomprensión de la concepción materialista de la historia y su orientación política minoritarista y anti política, repetimos. Y, en este último sentido, su reconocimiento de la lógica revolucionaria que guiaba a Blanqui, pero simultáneamente su crítica a la adscripción de este al modelo jacobino de la Revolución Francesa, su seguidismo al modelo de las “sociedades secreta” de Babuef y Bounarroti, en sustitución de la idea, más moderna, de la acción política como acción de masas, como acción de la clase trabajadora, de la clase trabajadora como clase política que actúa abiertamente en la liza y no de manera puramente conspirativa[69].
En síntesis: su crítica al sustitucionismo de la clase obrera en la transformación social: la “emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, estamparía Marx en el manifiesto fundacional de la Primera Internacional.
Y desde ya que esto nos lleva a la idea de partido de Marx y Engels; una idea que estaba todavía en “pañales” durante la mayor parte de su vida política. Marx y Engels pasaron por varios tipos de partido: el conspirativo de la Liga de los Justos, el conocimiento de un movimiento de masas político y abierto como los Cartistas, su adscripción al movimiento de la Primera Internacional (una suerte de combinación de “sindicatos y partido internacional”, por así decirlo), el modelo de los partidos socialistas de masas que daría lugar a la Segunda Internacional; en total, una variada gama de partidos.
Dentro de esta experiencia variada, ni Marx ni Engels llegarían a distinguir al partido de la clase obrera como tal; en la cabeza de ambos, estos dos planos están “superpuestos” sin llegar a la concepción moderna del partido revolucionario, que es “la forma partido de vanguardia” descubierta por Lenin: su integración no es por pertenencia de clase, sino por la adscripción al programa revolucionario (razón por la cual, no puede abarcar a toda la clase, sino solamente a sus sectores más avanzados).
Por lo demás, Marx y Engels eran muy celosos de su independencia, esto respecto de cualquier partido. Lo cual se explica porque en la medida que ellos no fueron constructores directos de uno, que ninguno era “su” partido realmente, que veían a los partidos surgiendo más bien de la experiencia objetiva de la clase (una concepción similar mantendría Rosa Luxemburgo), no querían sujetarse a ninguna forma determinada de partido que les quitara independencia.
Su “partido”, en todo caso, era la causa: el “partido histórico” al cual ellos aportaron, como nadie, las bases fundamentales: el movimiento socialista moderno. Pero, hay que decirlo, los distintos “partidos efímeros”, es decir, los distintos partidos concretos de su tiempo, les provocaban la más de las veces urticaria; quizás con excepción de la Primera Internacional, en la cual tomaron parte de manera directa, sobre todo Marx, siendo sus principales inspiradores teóricos-políticos.
En todo caso, la vida política de Marx y Engels transcurrió entre el sentar las bases del “partido histórico” y la participación, en general siempre crítica, en los “partidos efímeros” en los cuales les toco actuar; y en los que no siempre se sintieron cómodos.
Marx rechazaba viceralmente el sectarismo; y se entiende: tenía una concepción demasiado generosa de las cosas; apreciaba las cualidades que anidan en la humanidad demasiado profundamente como para empatizar con los sectarios. Al mismo tiempo, claro está, era el crítico más implacable, más ácido, de los oportunistas: de aquellos que se rinden frente al posibilismo ambiente; que no tienen la entereza para sostenerse como “vanguardistas”; que se adaptan a las modas pasajeras.
Su perspectiva, tal cual estamparon en el Manifiesto Comunista, es de los comunistas distinguiéndose sólo por “reivindicar en cada caso, los intereses generales de la clase obrera”. Lenin vendría a completar su obra en este sentido al descubrir que sólo el partido revolucionario, el partido que agrupa a los trabajadores de vanguardia, es el que puede sostener, a diferencia de los sindicatos y movimientos, dicho interés general. Porque la transformación de la clase obrera en clase política, requiere elevarse por encima del mero reclamo reivindicativo, elevarse a los intereses de clase históricos, a la liquidación del capitalismo y su Estado: a la dictadura del proletariado entendida como el ejercicio real del poder por parte de la clase obrera. Y la comprensión de que esta tarea requería del partido revolucionario, sería algo que solamente comprendería Lenin (y Trotsky posteriormente siguiendo los pasos de él).