1) Recuperar la teoría de la revolución en su sentido original

A cien años de la Revolución Rusa. Un balance de fondo de las revoluciones de posguerra y las lecciones estratégicas para el siglo veintiuno.

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Queremos arrancar dejando establecidos dos problemas. El primero tiene que ver con que la teoría de la revolución socialista es una teorización estrechamente vinculada con la generalización de la experiencia histórica.

Los marxistas revolucionarios de comienzos del siglo pasado eran especialistas en la Revolución Francesa: todas las analogías de la Revolución Rusa, de la burocratización estalinista, remitían a la Revolución Francesa. Vis a vis, nosotros nos forjamos estudiando críticamente la Revolución Rusa y el conjunto del ciclo de las revoluciones del siglo pasado (lo que no niega la necesidad de que la Revolución Francesa sea nuevamente estudiada por nosotros[2]): “Existen rasgos comunes a todas las revoluciones las cuales permiten la analogía y aun la exigen imperiosamente, si es que hemos de basarnos en las lecciones del pasado y no reiniciar la historia desde cero en cada nueva etapa” (Trotsky citado por Pierre Broué; Cahiers León Trotsky; 1987).

Los avatares revolucionarios son complejos. Si se pierde la perspectiva histórica se puede caer en el precipicio. El ciclo de la Revolución Rusa fue un poco así. Las revoluciones sociales son ricas, complejas, contradictorias. Y varias interpretaciones de la teoría de la revolución se cayeron al despeñadero durante el siglo pasado.

Hubo que traer la grúa; reparar los daños. Poner la teoría de la revolución otra vez en la ruta y tratar de que llegue a “buen puerto”. De eso se trata esta elaboración teórica-estratégica: una pelea por reestablecer la teoría de la revolución permanente, socialista, en su sentido más auténtico luego de los abismos del siglo pasado.

El trotskismo es todavía una corriente minoritaria; una corriente que vivió siempre a los cachetazos de la realidad. Tan aturdido quedó, que terminó muchas veces ciego, sin saber a dónde iba. En la segunda posguerra pareció que perdía su razón de ser: el sentido original de la teoría de la revolución permanente; nuestro programa estratégico.

Se terminó formulando una teoría de la revolución socialista, del Estado obrero y de la transición al socialismo, sin el sujeto histórico llamado a protagonizarla.

Acabó dándose una resultante paradójica que la experiencia histórica, leída críticamente, plantea volver a colocar en su lugar: que no hay revolución socialista ni transición al socialismo sin la clase obrera en el poder.

Es lo que intentamos demostrar en este texto: volver a colocar la teoría de la Revolución Permanente en su senda histórica original: la idea de que el núcleo de la teoría de la Revolución Permanente es la elevación de la clase obrera a clase histórica. Todo lo que se haga, si es en abstracción de la clase obrera, termina conduciendo a otro lugar: no son los objetivos emancipatorios del proletariado.

Un primer elemento tiene que ver con recuperar la centralidad de la clase obrera; y voy a intentar explicar por qué. No por razones doctrinarias o apuestas “filosóficas”. Sino recuperar a la clase trabajadora como sujeto histórico de la emancipación en función de un balance muy concreto: el balance del siglo XX.

Voy a introducirme en dicho balance para demostrar el problema; entender el significado dramático que tuvo el extravío de esa perspectiva.

 

1.1) La teoría de la revolución y de la transición socialista

La reconsideración de la teoría de la revolución, es decir, de las fuerzas motrices para la trasformación socialista de la sociedad, combina dos teorías: la teoría de la revolución socialista y la teoría de la transición socialista; las enseñanzas de ambas, enseñanzas profundamente entrelazadas.

Primero, las enseñanzas de la revolución, del evento mismo de la revolución: la toma del poder, la expropiación de los capitalistas, acabar con el Estado burgués de manera revolucionaria.

Pero combina, además, una cuestión decisiva y fundamental al que el trotskismo le ha dado la espalda: la circunstancia ocurrida a partir del día después: una vez que se toma el poder. Casi podríamos decir que llegó a construirse todo un “trotskismo de posguerra”; un trotskismo adaptado a las condiciones particulares de la segunda posguerra, que llegó a concebir la transición al socialismo sin clase obrera, concepciones que siguen impactando sobre muchísimas corrientes[3].

No es secundario quién toma el poder. Muchos intérpretes del trotskismo se quedaron en las puertas del asunto porque, en realidad, el evento revolucionario, la toma del poder, sólo abre la puerta a las tareas de la emancipación social: acabar con la explotación del hombre por el hombre. Sólo es la apertura de esa puerta (Trotsky señalaba algo similar respecto de la estatización de los medios de producción).

El problema fue que quedó establecida una separación mecánica entre el momento eminentemente político-social del poder, la toma del poder, decisivo y fundamental evidentemente, y el proceso posterior de transformación de la sociedad: “muchas veces se pierde de vista que la expropiación no hace más que plantear el problema del socialismo, no puede resolverlo por sí mismo”, afirmaba Trotsky[4].

El proceso de la transición al socialismo tiene sus reglas, sus propias leyes. Hacer una reelaboración de la teoría de la revolución permanente separando la teoría del poder de la teoría de la transformación social y de la revolución mundial, fue un error[5].

Nuestra elaboración intenta  unir la película entera.

Hay un esfuerzo por trabajar con la materia prima de la experiencia histórica que fue el siglo pasado: el siglo más revolucionario de la humanidad. Esa materia prima es la experiencia de ese siglo monumental reflejada, teorizada, pensada en sentido estratégico: como “recuerdos del futuro”[6]. Con el beneficio, además, de la perspectiva que nos ha dado el proceso histórico.

Un intento de recolocar la teoría de la revolución socialista sobre sus pies, parafraseando aquí la idea de Engels de que Marx “dio vuelta la dialéctica idealista de Hegel; la puso sobre sus pies”. La que coloca en el centro un sujeto social, un sujeto histórico: la clase obrera. La que plantea la combinación dialéctica entre la teoría de la revolución y la teoría de la transición.

De ahí que en el nexo de ambos procesos se haya colocado el carácter del Estado posrevolucionario; el semiestado proletario que debe surgir de la revolución. En El Estado y la Revolución el problema de la toma del poder, la polémica con el centrismo kautskista, es absolutamente central: hay que destruir al Estado burgués, la máquina del Estado capitalista, y erigir en su reemplazo un nuevo Estado: un Estado obrero, la dictadura proletaria.

Sin embargo, y simultáneamente, Lenin insiste en que el Estado revolucionario es sólo un “semiestado proletario”. Un semiestado en el sentido que no es un mero aparato por encima de las masas (como lo es el Estado en las sociedades de clase), sino una tendencia a un qué hacer creciente de las masas trabajadoras para transformar la sociedad: ¡que las masas tomen en sus manos los asuntos!

De ahí que El Estado y la Revolución fuera el libro maldito del estalinismo (un señalamiento de Rakovsky de finales de los años 20 recogido por Broué), con Stalin dirigiéndose al extremo opuesto del elam “libertario” de esta obra de Lenin: los cuadros [la burocracia] lo eran todo; las masas, nada.

Véase que aquí, entre la “sangre” de la guerra civil y el concepto general de auto emancipación de los trabajadores, existe una dialéctica compleja. Son niveles de abstracción distintos. Cuando uno habla de estrategia habla más en el terreno de la lucha, habla más de la “sangre”.

Pero cuando se habla de las perspectivas, de los fines de nuestra acción, de revolución social y la transformación social, se habla de auto emancipación, se habla de un emprendimiento colectivo, de la emancipación de los trabajadores como obra de los trabajadores mismos. Obra que, a no confundirse, incluye en un lugar excluyente al partido revolucionario; no puede entenderse en abstracción de él[7].

 

1.2) La primera y segunda posguerra

Veamos someramente la historia de las revoluciones del siglo pasado. Durante el siglo veinte hubo un corte inmenso entre la experiencia de la primera mitad y la segunda en materia de revoluciones. La primera parte del siglo se ordena alrededor de las tres revoluciones rusas (1905, febrero y octubre de 1917); todas las revoluciones, triunfantes o derrotadas, tuvieron las mismas características.

El proceso histórico se ordenó alrededor de la clase trabajadora: la actualidad de la revolución obrera y socialista. La centralidad de la clase obrera en la revolución como un hecho objetivo, material, incuestionable. Todas las teorizaciones actuales de que la clase obrera “no existe” ocurren porque la clase obrera no aparece en la palestra; por eso es discutible.

En la primera mitad del siglo veinte su presencia histórica-política era tan masiva, que su centralidad era indiscutible. Estuvo la Revolución Rusa del 17 con todos sus avatares; la Revolución Húngara. Lukács fue ministro de Educación seis meses. Georg Lukács, el gran filósofo marxista, que en esa época era ultraizquierdista y después se hizo estalinista crítico. Bajo la presión de la revolución pasó del kantismo al hegelianismo y de ahí al marxismo[8]. Fue ministro del gobierno de Bela Kun, seis meses de soviets en Hungría. Vino la Revolución Alemana del 19, del 23. Estuvo la posibilidad histórica de unir la Revolución Rusa y la Revolución Alemana, que hubiera cambiado el curso de la humanidad.

La Revolución Alemana se frustró. Estuvo el Bienio Rojo en Turín (1919/1920), con el famoso diario de Gramsci, L’ordine novo; estuvo la huelga general anarquista en Argentina, la Semana Trágica de 1919. Era la clase obrera a la ofensiva.

Se dio una combinación de “materialidad” (el carácter obrero de la revolución), experiencia, lucha y conciencia. La Revolución China de 1925/27. Chen Du Xiu funda el partido chino; era el rector de la Universidad de Pekín, una persona de edad ya. Era conocido en China porque fue el que simplificó el idioma mandarín, para que la gente pueda aprender a leer y escribir. Esto antes de ser el fundador del Partido Comunista Chino. El Partido Comunista se funda en 1920; eran quince estudiantes y Chen Du Xiu. En 1925 estaban dirigiendo sindicatos de masas.

China era un mar campesino peor que Rusia; la ecuación era cien veces peor. De todas maneras, en la ciudad, en los centros urbanos y costeros de China, la clase obrera era una potencia.

Y no olvidemos a la Revolución Española, a los hombres y mujeres en armas en la guerra civil, la foto del miliciano que muere de un tiro (una instantánea histórica tomada por Robert Capa), las milicianas: ¡una revolución obrera potenciada!

Una simbología, una iconografía obrera: ¡una presencia inmensa de la clase obrera! Lo señalo para que se entienda el proceso histórico.

Por eso mismo hay que prestarle tanta atención al nuevo proletariado chino. Porque el día que empiece a moverse esa clase obrera significará, seguramente, un acontecimiento histórico-mundial, universal; un acontecimiento para el cual debemos prepararnos comenzando por aprender chino (retomaremos este tema más abajo)[9].

En fin: esa fue la primera gran oleada mundial de la clase obrera, a la que le siguieron otras. La última gran oleada de la clase obrera, internacionalmente, fue el mayo francés, aunque no dio lugar a revoluciones triunfantes en sentido anticapitalista: la huelga general en Francia de mayo del 68, la Revolución de los Claveles en Portugal (1975), el Cordobazo, etcétera.

El marxismo revolucionario se forjó en la experiencia de esa primera oleada obrera y socialista; tuvo ahí un momento de apogeo como corriente política, de éxito histórico-universal[10]. La paradoja fue que posteriormente se dio un corte histórico; una paradoja como subproducto del desarrollo concreto de la lucha de clases: en el centro del mundo, en los países industrializados, la revolución fue derrotada por la acción coordinada del imperialismo y el estalinismo a la salida de la segunda posguerra; se trasladó a la periferia campesina.

Es derrotada por la emergencia del estalinismo como gran organizador de derrotas (Trotsky). Y también por cierta inmadurez en su desarrollo (especialmente por la inmadurez en la construcción de los partidos revolucionarios; toda la historia de la Tercer Internacional en su época revolucionaria). Pero esencialmente por la burocratización de la Revolución Rusa. Al respecto se puede estudiar la Historia de la Internacional Comunista, de Broué, entre otros textos que dan cuenta de la burocratización del Partido bolchevique, de la Internacional. La burocratización pudre al Estado Obrero, pudre al Partido bolchevique y pudre a la Internacional Comunista. El estalinismo es organizador de derrotas: organiza la derrota de Alemania, organiza la derrota de China, organiza la derrota en España. Y, luego de la Segunda Guerra Mundial, impone otra serie de derrotas: en Francia, en Italia, se niega a que los PCs disputen y tomen el poder; lo mismo que organiza la trágica derrota en la guerra civil griega.

Ocurre un desplazamiento de la revolución a Oriente donde la clase obrera tiene un peso mucho menor. Sucede una paradoja histórica (que fue lo que desbarrancó a muchas corrientes trotskistas en la posguerra): la clase obrera sale de escena; ocurren conquistas y triunfos, incluso anticapitalistas, pero no son protagonizados por la clase trabajadora.

Las conquistas que se logran son en varios sentidos (nacionales, democráticas, antiimperialistas), a lo que se suma el acabar con la propiedad privada capitalista. Pero todas estas conquistas se logran, paradójicamente, sin la condición de que el protagonista de esas conquistas sea la clase obrera. Los protagonistas son otros.

En China la clase obrera había sido masacrada en 1927 como subproducto de las políticas del estalinismo. ¿Leyeron la Condición Humana de André Malraux[11]? Es un autor centrista que coqueteó con Trotsky, pero después giró; era muy pequeño burgués. Llegó a ser ministro de Cultura de De Gaulle. La obra arranca (o termina, no recuerdo bien) con una caldera. El PC dio la orden de acatar el ingreso de las tropas nacionalistas burguesas en Shanghái (que estaba bajo control de los obreros). Las tropas entraron y organizaron una masacre: ¡quemaron treinta mil comunistas en calderas de locomotoras producto de una orientación del estalinismo! Stalin decía que como la revolución en China “no era socialista” (teoría de la revolución por etapas), había que “entregarle la dirección a la burguesía”. Se le entregó la dirección a la burguesía y ésta asesinó decenas de miles de militantes comunistas en las calderas; una traición monumental, histórico-universal[12].

Entre el 33 y el 37 Japón invade China generando masacres que diezman a la clase obrera. Trotsky recomendó retroceder con la clase obrera. El PC había quedado completamente desprestigiado en las urbes. Vino la Larga Marcha de Mao, la Revolución del 49, la revolución desde el campo. El caso es que la Revolución China no fue obrera: fue campesina, anticapitalista, antiimperialista, muy progresiva. Pero hay algo que no fue: una revolución socialista; no llevó a la clase obrera al poder.

De esa derrota de 1927 la clase obrera nunca se recuperó; amenazó con retornar cuando las enormes movilizaciones obreras de la Revolución Cultural (derrotadas por la acción conjunta de todas las alas de la burocracia), y nuevamente en el levantamiento del Tian An Men, en 1989. Pero en ambas instancias fue derrotada. Actualmente es una nueva clase trabajadora de origen migrante-rural que recién está dando sus primeros pasos, como veremos más abajo.

Cuba no fue tan dramático. Pero la gran revolución obrera en Cuba, la gran revolución obrera olvidada, fue la de 1933. Fue derrotada, el movimiento obrero estatizado, etc.

Hubo otra gran revolución con ausencia de la clase obrera en la ex Yugoslavia, dirigida por Tito. El Mariscal Tito, que desde Moscú antes de transformarse en generalísimo durante la Segunda Guerra Mundial, organizó la purga de los trotskistas yugoslavos en 1939 (ver la Historia de la Tercera Internacional de Pierre Broué). Le entregó a Dimitrov, dirigente de la Internacional estalinista en aquella época, a 300 trotskistas y/u oposicionistas yugoslavos, que fueron masacrados[13]. Así arrancó Tito su carrera; se hizo dirigente del Partido Comunista yugoslavo, dirigió la guerra histórica contra los nazis y la ganó.

Pero Tito tampoco tenía cualquier perspectiva vinculada a la clase obrera. Poseía una estrategia campesina-guerrillera. Y hubo acontecimientos más paradójicos todavía: el estalinismo (en una gesta histórica progresiva) derrota al nazismo, ocupa los países del Este de Europa al final de la segunda guerra y declara la expropiación. Se hizo todo tipo de fetichismo sobre que la clase obrera había “presionado” para la expropiación. Falso. Imagínense: en el Este europeo el nazismo hizo una guerra de exterminio. En esas condiciones: ¿quién se iba a movilizar? La clase obrera estaba diezmada; se expropió sin revolución[14].

Porque las revoluciones china, cubana, yugoslava, vietnamita fueron inmensas revoluciones en las cuales había que intervenir; pero su carácter no obrero se impuso como subproducto de estas direcciones. Es todo un complejo problema. También Mao organizó el fusilamiento de los trotskistas luego de la revolución del 49[15], por no olvidarnos de cómo Ho Chi Min mandó a fusilar a Ta Tu Tao, dirigente trotskista de masas de Vietnam (llegó a ser en 1938 intendente de Saigón, la ciudad capital). No es que en la segunda mitad del siglo no haya habido revoluciones obreras; las hubo, pero fueron derrotadas. Revoluciones clásicas como la boliviana de 1952, que destruyó el ejército. Está la anécdota de que hicieron desfilar al ejército en calzoncillos. Un ejército humillado, imagínense: un desfile de tipos en calzoncillos; está genial, una risa, una humillación enorme del ejército. Se fundó la famosa Central Obrera Boliviana, la COB, que tuvo elementos soviéticos. Los campesinos, los pobladores, todos iban a la COB a buscar respuestas.

Las propias revoluciones antiburocráticas en el Este europeo fueron abiertamente obreras: el levantamiento de Berlín del 53 (contra la carestía y la productividad), la Revolución húngara del 56, La Primavera de Praga del 68, los ascensos obreros en Polonia, etcétera. Todos procesos inmensos pero derrotados con el ingreso de los tanques del Ejército Rojo burocrático.

Las revoluciones triunfantes fueron todas sin clase obrera. Hubo además otra cosa: contrarrevoluciones que expropiaron.

¿Contrarrevoluciones que expropian? Muy complejo, pero real. Es el caso del giro a la colectivización forzosa por parte de Stalin sobre el filo de los años 1930 que abordaremos más abajo (también la ocupación de Polonia en 1939)[16].

Entonces era comprensible que el trotskismo, que era un puñado de militantes en todo el mundo, estuviera desorientado. Imagínense que los meten en una calesita a 500 km por hora, y, de repente, les dicen “bueno, bájense”. La realidad fue tan compleja, tan rica, que mareó al trotskismo: fenómenos nuevos que no podían asimilarse a revoluciones socialistas lisas y llanas.

Esta situación de revoluciones sin clase obrera, con burocracias pequeño burguesas, expropiaciones sin revolución, expropiaciones con contrarrevolución, era para enloquecer a cualquiera. Sobre todo, si se es una corriente pequeña, con débiles vínculos con las masas.

Porque cuanto más vínculo se tiene con las masas mejor se puede “leer” la realidad; entenderla mejor. No es una tarea de laboratorio, de gabinete. Marx comprendió el papel de la clase obrera de la mano de Flora Tristán (gran socialista utópica feminista de la época) en 1844, en París. No fue simplemente la redacción de La sagrada familia lo que lo llevó a esa conclusión.

Así descubrió Marx a la clase obrera: en una relación con la experiencia, con la lucha de clases. Porque no se llega a ninguna verdad crítica en el terreno del marxismo de forma abstracta, separada del proceso de lucha, de la experiencia. El proceso histórico fue de una complejidad tremenda y requería de una aproximación, de un abordaje crítico.

De ahí que el trotskismo de posguerra tuviera desvíos oportunistas y sectarios. La responsabilidad de sacar conclusiones recae en nosotros, las actuales generaciones de socialistas revolucionarios. Sobre todo, hoy es imperdonable no pasar un balance serio. Existe el problema real de que gran parte de las corrientes del trotskismo no hayan sacado las conclusiones a partir de este desarrollo de la experiencia histórica.

En la segunda posguerra las revoluciones triunfantes que expropiaron a la burguesía fueron revoluciones anticapitalistas, pero sin socialismo. Abrieron e inmediatamente bloquearon la perspectiva de la transición al socialismo.

 

1.3) La teoría de la revolución permanente reconsiderada

Para profundizar en nuestro desarrollo tenemos que recapitular sobre un aspecto fundamental de la teoría de la revolución permanente; entender cuál fue la paradoja histórica.

Trotsky hizo una apuesta estratégica con la teoría de la revolución permanente que se demostró correcta: la burguesía le tiene ya tanto miedo a la clase obrera que se detiene frente al umbral de las transformaciones sociales. Una cosa eran los sans culottes (“sin propiedad”), los artesanos de París. Otra muy distinta es la clase obrera moderna, la que construye las obras de ingeniería modernas tipo Torre Eiffel (nos referimos a obras de la época). Los artesanos no iban a construir una Torre Eiffel; pero cien años después ya estaba la clase obrera moderna (basada en el mercado mundial como “una realidad con vida propia por encima de los mercados nacionales”, como afirmara el gran revolucionario ruso[17]).

Además, había estado el ejemplo de la Comuna de París a finales del siglo XIX. La pequeño-burguesía se había demostrado como una nulidad en materia política. Era la clase obrera la llamada a acaudillar los desarrollos; a tomar en sus manos sus problemas, pero también los del conjunto de la sociedad. Recordemos la preocupación de Lenin porque la clase trabajadora fuera “a todas las clases de la sociedad”; tomara en sus manos todas las lacras de la sociedad. De ahí la importancia que le daba a la consigna “Abajo la autocracia”, en polémica con los economicistas que decían: “ocupémonos nada más de las huelgas económicas”

Su preocupación quedó inscripta en las páginas del ¿Qué hacer? La elevación de la clase obrera como clase política ya estaba en Marx (aunque sin tener la idea del partido de vanguardia). En Marx, la realización de la clase obrera como clase, es como clase política: como clase que es materialmente, pero que también se reconoce a sí misma políticamente: como clase en sí y clase para sí.

El concepto está en el Manifiesto Comunista. La clase obrera existe. Pero si no se reconoce como tal, si no reconoce sus intereses históricos, no se realiza como clase histórica. Caudillo es una clase histórica[18].

La idea fundamental es que la clase obrera como caudillo de todas las reivindicaciones, de todas las opresiones, de todas las injusticias, se conduce al poder como representante de todas estas luchas. Ver la lógica de los dos primeros decretos de Lenin: ninguno era un decreto obrero. Lenin se dirige a los campesinos y decreta la tierra para el que la trabaja. Después se dirige a los soldados, a los campesinos con capote, con el decreto de paz.

Lenin afirmaba: “la revolución la van a protagonizar los explotados y los oprimidos, no la burguesía. Ahora, entre los campesinos y los obreros, yo no sé quién va a ser más protagonista”. Por eso hablaba de “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. No sabía quién iba a protagonizar más, quién iba a dirigir, porque era muy grande el campesinado en Rusia.

Trotsky hace una apuesta estratégica: “es la clase obrera la que va a tomar el poder”. Fue lo que ocurrió: la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado tomó el poder. Trotsky afirmaba: “la toma del poder por parte de la clase obrera, expropiando a los capitalistas, cuestionando el derecho de propiedad y levantando las reivindicaciones de todos los sectores oprimidos, transforma la revolución en socialista”. No iba a ser tan ingenua la clase obrera que después de tomar el poder se encaminaría a la fábrica a que la siga explotando el patrón. Expropia. Cuestiona el derecho de propiedad transformando la revolución en socialista. Pero esto ocurre por la combinación de las dos cosas: el poder y la expropiación; la una no camina sin la otra.

En general, cuando los trabajadores ganan un sindicato o una interna independiente, se ponen contentos y empiezan a hacer reclamos. Cuando un compañero obrero sabe que ganó algo enseguida dice: “bueno, ahora es la nuestra, vamos por todo”. Esa es la lógica obrera. No hay mejor “psicólogo político” que el trabajador: ve la brecha. A veces capaz ingenuamente afirmando: “bueno, listo, ganamos, ahora hagan todo ustedes”. Ahí aparece la cuestión típica del delegado obrero clasista que dice: “ah, no compañeros, todos juntos porque si no yo solo tampoco puedo”. Es la cosa cómoda del obrero que dice: “Bueno, genial, se ganó, hagan todo”. El delegado le dice: “Ah, sí, ¿y vos qué haces?”. El trabajador de base responde: “No, yo me voy a casa” … Esto se puede asumir críticamente embretando a la clase obrera a que tome en sus manos las tareas, o conservadora (burocrática, sustituista) diciendo: “yo hago todo” y maleducando a la clase. “Los cuadros lo son todo”, decía Stalin, como vimos arriba. Es una gran frase de Stalin, clarificadora: “Los cuadros lo son todo”, la clase nada.

Hay una frase en Diez días que conmovieron al mundo. Llega John Reed a Petrogrado junto con un obrero manejando un camión (en los días de la toma del poder) y el obrero dice: “Mi Petrogrado, ahora eres todo mío”. Bajo el capitalismo los trabajadores no tienen la percepción de que las cosas son de ellos porque no lo son, son de la burguesía (después vamos a ver que en los supuestos “Estados obreros” tampoco tenían esa percepción de la propiedad estatizada como su propiedad).

Permaneciendo en la formulación de la revolución permanente de Trotsky, imagínense que el obrero decía: “mi Petrogrado, ahora eres todo mío” y después iba a la fábrica, marcaba tarjeta, las doce horas de trabajo, como siempre. La clase obrera toma el poder y echa a patadas al patrón. Se lo saca de encima. Es una mecánica coherente. La clase trabajadora es protagonista del proceso histórico, las corrientes revolucionarias trabajan ahí, construyen el partido, colaboran con los sindicatos, con la construcción de organismos de poder, con la politización, etc.

Es toda una combinación de elementos. Nosotros hablamos de clase (y de organismos y de partido) a modo de un “continente” completo. Hablar sólo de partido sería un error. Pero en este grado de abstracción en el que estamos, la clase supone al partido. Cuando hablamos de clase obrera hablamos de la clase, de su vanguardia, su retaguardia, sus organismos, la estrategia, el partido, las maniobras, todo[19].

Entonces Trotsky dice que la clase obrera es la protagonista histórica. Gran ratificación histórica de Trotsky. La Revolución Rusa fue una ratificación histórica. Trotsky estaba entre Rusia y Europa, tenía percepciones. La clase obrera era una potencia que había hecho la revolución de 1905. En Alemania era una potencia organizativa. Trotsky partía del mercado mundial como totalidad ya dominante en el ámbito internacional; esa era la base material de su teoría: de ahí el rol histórico que le veía a la clase obrera en todos los países.

Para que se tenga una idea de lo que era la potencia de la socialdemocracia alemana: tenían cien diarios. Un millón de militantes. Agrupaba en sindicatos a cuatro millones de obreros más. Miraban a Lenin por encima del hombro como diciendo “que decís ‘zurdito’, son sólo veinte mil; que nos vienen a hablar a nosotros que somos un millón”.

La paradoja que hubo en las revoluciones de la segunda posguerra, en las expropiaciones sin revolución, burocráticas, incluso en las medidas contrarrevolucionarias de Stalin de los años 20 y 30, es que se expropió sin clase obrera (una inversión completa de la lógica del razonamiento). Se llegó a la expropiación de la burguesía sin la clase obrera. Una paradoja descomunal. Se expropia sin la condición de posibilidad esencial, que es el rol histórico de los explotados y oprimidos. Una tarea a priori emancipadora, sin el sujeto de la emancipación. Se expropia, pero la que hace los “goles” no es la clase obrera.

Fueron revoluciones inmensas, con millones de campesinos. Pero con la paradoja de que se cumplía una tarea histórica sin el sujeto llamado a protagonizarla.

Los trotskistas se devanan el cerebro, dicen: “Estado obrero”. Y empiezan las ideologías: “No, la clase obrera sí estuvo”. Ah, ¿sí?, ¿dónde? Está desmentido por la historiografía actual. No fue protagonista la clase obrera en la Revolución China, por poner un ejemplo. Frank Glass, militante trotskista en China en aquella época, importante, muy sensible (tenía también un seudónimo en chino, Li Fu-yen) afirmaba que la Revolución China era “una revolución fría”.

Los trabajadores tenían que esperar el ingreso de las tropas campesinas del Ejército Rojo maoísta. Les decían: “trabajen, pórtense bien; ya les vamos a decir qué hacer”. Los maoístas van a las fábricas (lo cuenta Li Fu-yen) y les dicen a los trabajadores: “ahora, la fábrica es de ustedes”, los trabajadores miran para atrás y dicen “¿a quién le hablan?”, “¿a mí me están hablando?”, “¡si yo no tengo nada que ver; yo no hice nada!”

Revolución “fría” … Imagínense que la revolución es una cosa caliente, lo más caliente que hay. La revolución es como un hormiguero cuando alguien lo patea. Todo es caótico en el hormiguero, todo furor. Pero Li fu Yen habla de “revolución fría” en el caso de la clase obrera en el 49; es casi la antítesis de una revolución.

Claro que en el campo la revolución no fue fría (fue una guerra civil en regla[20]). Pero fue encuadrada burocráticamente, que es una cosa muy distinta. Pero no fría. Fue una guerra civil monumental. Pero sin elementos de autodeterminación, siquiera campesinos. Está todo documentado. Mao se ocupó de regimentar al campesinado todo a lo largo de la Revolución. Tuvo esa contradicción tremenda[21].

En Cuba se da otra paradoja; la huelga general de mayo del 59 está mal preparada y fracasa. Cuando viene la revolución, la clase obrera participa del evento, pero como “ciudadanos”, individualmente. El trotskismo empezó a decir que “en realidad, el campesinado al ser sin tierra tendía a ser un asalariado” … Todo tipo de teorías para tratar de descubrir a una clase obrera que no había estado. ¿Cómo ibas a definir un Estado obrero si la clase obrera no estaba?

Se empezó a fabular. Ocurrió un fenómeno histórico nuevo. Pero no había que definirlo como “obrero”. Hacer la estupidez de afirmar una cosa que no era. Menos que menos cuando se habla de una revolución. ¿Cómo se va a hablar de la revolución sin dar cuenta de los protagonistas efectivos de la misma? No se niega que la expropiación fuera progresiva. Pero no se puede hablar del carácter de la revolución en abstracción de los sujetos que la encarnan.

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